Hablemos del amor, pero comencemos por no hablar de «amores». «Los amores» son historias más o menos accidentadas que acontecen entre hombres y mujeres. En ellas intervienen factores innumerables que complican y enmarañan su proceso hasta el punto que, en la mayor parte de los casos, hay en los «amores» de todo menos eso que en rigor merece llamarse amor (...)
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Nos despedimos en una de las esquinas del Once.Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo adiós con la mano.Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; como iba yo a saber que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable.Ya no nos vimos y un año después usted había muerto.Y ahora yo busco esa memoria y la miro y pienso que era falsa y que detrás de la despedida trivial estaba la infinita separación.Anoche no salí después de comer y releí, para comprender estas cosas, la ultima enseñanza que Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la carne.Y ahora no se si la verdad esta en la aciaga interpretación ulterior o en la despedida inocente.Porque si no mueren las almas, esta muy bien que en sus despedidas no hayan énfasis.Decirse adiós es negar la separación, es decir: hoy jugamos a separarnos, pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a que río? Este dialogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.
Después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.
Que los ruidos te perforen los dientes, como una lima de dentista,y la memoria se te llene de herrumbre,de olores descompuestos y de palabras rotas.
Que te crezca, en cada uno de los poros, una pata de araña; que sólo puedas alimentarte de barajas usadas y que el sueño te reduzca, como una aplanadora, al espesor de tu retrato.
Que al salir a la calle, hasta los faroles te corran a patadas; que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte ante los tachos de basura y que todos los habitantes de la ciudad te confundan con un madero. Que cuando quieras decir: "Mi amor", digas: "Pescado frito"; que tus manos intenten estrangularte a cada rato, y que en vez de tirar el cigarrillo, seas tú el que te arrojes en las salivaderas.
Que tu mujer te engañe hasta con los buzones; que al acostarse junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela, y que después de parir un cuervo, alumbre una llave inglesa.
Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto, para que los espejos, al mirarte, se suiciden de repugnancia; que tu único entretenimiento consista en instalarte en la sala de espera de los dentistas, disfrazado de cocodrilo, y que te enamores, tan locamente, de una caja de hierro, que no puedas dejar, ni por un solo instante, de lamerle la cerradura.
Sin el ferrocarril que supera la distancia, nuestro hijo jamás habría abandonado la ciudad natal, y no necesitaríamos el teléfono para poder oír su voz. Sin la navegación transatlántica, el amigo no habría emprendido el largo viaje, y ya no me haría falta el telégrafo para tranquilizarme sobre su suerte. ¿De qué nos sirve reducir la mortalidad infantil si precisamente esto nos obliga a adoptar máxima prudencia en la procreación; de modo que, a fin de cuentas tampoco hoy criamos más niños que en la época previa a la hegemonía de la higiene, y en cambio hemos subordinado a penosas condiciones nuestra vida sexual en el matrimonio, obrando probablemente en sentido opuesto a la benéfica selección natural? ¿De qué nos sirve, por fin, una larga vida si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en sufrimientos que sólo podemos saludar a la muerte como feliz liberación?
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
Jaime Sabines
sábado, 13 de junio de 2009
Miro alrededor, heridas que vienen, sospechas que van y aquí estoy pensando en el alma que piensa y por pensar no es alma, desarma y sangra.
A las mujeres también.
a las mujeres también les gusta el sexo,
tanto como que le digan que la aman cada un segundo.
como hablar mal de otras mujeres
como comprarse ropa desmesuradamente
como querer llamar la atención vayan a donde vayan
tanto como todo lo que hacen de una manera exageradamente pasional.
A las mujeres también.
a las mujeres también les gusta el sexo.
tanto como romper los esquemas de cualquiera
como su melancolía y egocentrismo
tanto como hablar sin parar un segundo.
La abismal diferencia con respecto a los hombres
es que las mujeres, son modestas,
pero para nada reacias.
a las mujeres les gusta el sexo, el erotismo y la morbosidad
La abismal diferencia con respecto a los hombres
es que las mujeres son selectivas, engorrosas.
A las mujeres también
a las mujeres también les gusta el sexo
Tanto como poner una canción melancólica
un domingo frío de invierno.
El sueño de un hombre es una puta con un diente de oro y portaligas, perfumada con pestañas postizas maquillaje aros bombacha rosa aliento a salame tacos altos largas medias con un punto ligeramente corrido detrás de la pierna izquierda, un poquito gorda, un poquito borracha, un poquito tonta y un poquito loca, que no diga chistes verdes y que tenga 3 verrugas en la espalda y que finja disfrutar la música clásica y que se quede una semana sólo una semana y que lave los platos y cocine y te coja y te la chupe y que barra el piso de la cocina y que no muestre ninguna foto de sus hijos o hable de su ex-marido o marido o de dónde fue a la escuela o dónde nació o porque estuvo en la cárcel la última vez o de quién está enamorada, que se quede una semana sólo una semana y haga lo que tenga que hacer y se vaya y nunca vuelva
olvidándose un aro en la mesa de luz.
Charles Bukowski
martes, 2 de junio de 2009
A ver.
Como te lo explico Juan.
Era así.
Ella rubia flaca tes blanca ojos candentes
El en cambio, un tipo frío, morocho ojos verdes y muy flaco por cierto.
Cuando a él se le cayó el saco, y ella se agacho a levantárselo
A el se le cayó el mundo y a ella le brotó una sonrisa.
Cuando el sonrió, ella se corrió el pelo de la cara y
se bajó la pollera que se le había subido. En cambio él no hizo nada, solamente sonrió.
Y es ahí que me pregunté,
Cómo hacían para necesitarse tanto si no se conocían
Y es ahí mismo que me pregunté ,qué pasaba que no estaban juntos.
¿Entendes Juan?
Se querían sin conocerse, ardían sin contacto y morían en el tiempo.
Cuando se acomodo la pollera el le dijo, no importa te queda linda.
y ella sonrojada le dijo, gracias.
Y es ahí, pero recién ahí, cuando yo observaba todo
y sabia lo que sentían, sabia lo que iba a pasar de ahí en adelante, presentía todo.
Pero cuando la mujer recién salida del baño
puso el grito en el cielo y le dijo -Querido, te espero afuera
y el se dio vuelta y le dijo -BUENO.
Ahí mismo, dije MIERDA!
Recién ahí Juan, te pregunté
Qué hacías con tu mujer y que hacía yo con mi soledad.
Y recién ahí te contemple y te dije que oportuno sería
que vos dejes a tu mujer y nos interceptemonos en un parasiempre.